¿Retomando?

Por esos azares del destino, hoy me tocó volver a este blog después de mucho tiempo. Con sorpresa, noté que el blog ha estado bastante activo (¡tomando en cuenta que no escribo hace cerca de dos años!) gracias a lectores que van y vienen de diferentes partes del mundo. Mil gracias por continuar leyendo las cositas que publiqué hace varios años, muchas de ellas ya envejecidas al punto de representar vagamente mis ideas presentes; varias otras aún vigentes, aunque en necesidad de revisión y refinamiento.

Pensando en esto y teniendo en cuenta que ahora tengo algo más de tiempo (¡el PhD se terminó finalmente!) quizá sea tiempo de retomar escribir algunas notas por aquí de cuando en cuando, a modo de pequeño laboratorio de ideas, lo que Sagrada Anarquía siempre fue, finalmente. Iré dándole vueltas a la idea y viendo qué tipo de posts y experimentos vale la pena compartir en esta «nueva temporada» del blog (¡y eso, claro, si efectivamente vale la pena empezar una!).

Entretanto, les mando un abrazo, les agradezco mucho la lectura, y les deseo buena salud y cuidado en esta temporada difícil de enfermedades que atacan al alma y al cuerpo.

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Una defensa teológica de las relaciones entre parejas del mismo sexo: Nuevo artículo

 

Queridos amigos,

Escribo después de ya algunos meses para compartir con ustedes un texto que tiene mucha importancia para mí. Después de algo de tiempo, lecturas y reflexión, le he dado forma más o menos acabada (¡por el momento!) a mis argumentos filosóficos y teológicos para defender la legitimidad de las relaciones entre parejas del mismo sexo.

Quizá los que siguen mi trabajo recordarán mi texto en La República en el año 2014. El texto, que para mi sorpresa fue leído y compartido mucho, sólo podía decir de modo muy breve (dado el formato periodístico) aquello que era esencial. En el texto que adjunto, sin embargo, desarrollo de modo detenido el argumento pasando de consideraciones sobre cómo hacer teología a un diálogo con la tradición cristiana-católica y con los textos bíblicos que suelen mencionarse para condenar las relaciones entre parejas del mismo sexo. Termino el texto con reflexiones acerca de cómo leer la Biblia en el contexto actual y con algunas sugerencias respecto de cómo hacerlo con respeto por los demás.

Les pido que lo compartan y que así el texto sea una excusa para tener una conversación más cuidadosa y alturada sobre la relación entre fe cristiana y relaciones entre parejas del mismo sexo.

Aquí el link para mi artículo: Raul Zegarra_Si me falta amor nada soy_Revista de Teologia UCSM 42. Pero les recomiendo mucho revisar el número completo de la revista que quedó excelente: Revista Universidad Catolica de Arequipa_42. Aprovecho para agradecerle a Bruno, el editor de la revista, por el gesto valiente de publicar este número sobre un tema tan crucial para la vida de la iglesia y de la sociedad en general.

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Los evangélicos en el Perú

Amigos, les dejo aquí el enlace para mi más reciente columna en El Comercio.

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El encuentro de dos identidades: Comentario de Mt. 16:13-20

El evangelio de hoy domingo es un texto muy citado y muy bonito. Se trata de la famosa pregunta de Jesús por su identidad. «¿Quién dice la gente que soy yo?» Si uno medita el texto, puede desarrollar varias explicaciones a la pregunta. Muchos comentaristas coinciden en que la pregunta se planteaba para enseñarles algo a los discípulos, y de seguro fue así. Pero a mí también me gustaría pensar que Jesús estaba genuinamente definiendo su identidad. Y como toda identidad, esta se forma en diálogo con otros, en contraste con las identidades de otros.

Pronto los discípulos le cuentan a Jesús cosas que de seguro él ya sabía, lo que la gente decía sobre él. Sin duda se trataba de un tipo enigmático y su presencia había hecho a la gente pensar. La siguiente pregunta, sin embargo, es una invitación a definirse frente a la identidad de Jesús. «Ahora díganme ustedes quién dicen que soy yo».

Y aquí es donde algo hermoso sucede. Pedro se apresura a definirse a sí mismo cuando define a Jesús. Pues en su respuesta, Pedro en efecto revela algo que él no ha conocido «por la carne o la sangre». Sin duda Jesús era un tipo especial, pero adjudicarle ser el mesías implica un movimiento de fe que, como toda fe digna del nombre, se basa en cierta evidencia pero al final requiere una decisión fundamental donde la evidencia ya no es suficiente.

Se trata de un gesto de amor, de confianza, de esperanza. No es algo del todo extraño si pensamos en experiencias humanas más ordinarias. El amor es una de ellas. Cuando una pareja se casa o decide establecerse en una relación de amor exclusivo, lo que vemos es también un acto de fe. No hay nada que garantice que la persona elegida nos hará felices, le dará plenitud a nuestra vida. No hay siquiera certeza de que el amor dudará por siempre, aunque eso sea lo que muchas veces se promete. Y, sin embargo, hay una fe fundamental que hace el amor posible y algunas de esas relaciones verdaderos ejemplos de entrega, confianza y afecto.

Algo así le sucede a Pedro y a muchos otros que confiesan su fe. Lo hermoso es que el darle identidad a Jesús, como decía, le da identidad a Pedro también. Primero como creyente, pero luego amplia su identidad por la confesión de Jesús, quien hace de Pedro también alguien especial. Su amor lleno de fe hace que Jesús deposite en él su confianza.

Desde que tengo memoria, he pensado siempre este texto como un encuentro de dos identidades. El encuentro de dos personas que se definen mutuamente, con amor, confianza y fe. Jesús se encuentra a sí mismo en Pedro y Pedro, precisamente al confesar a Jesús como el salvador, se encuentra también a sí mismo. Se encuentra a sí mismo con esa profundidad que a la propia identidad le da la fe en algo grande y hermoso, como un ideal, o, quizá, como Dios.

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Una nota sobre «Todos educamos al feminicida» de Marilú Martens

Las últimas semanas en Chicago han tomando gran parte de mi tiempo y recién ahora encuentro algo más de libertad. Esto me permite por fin escribir una nota sobre el notable artículo de opinión de la Ministra Martens, publicado hace unos días en El Comercio. Aquí un pequeño extracto:

«El primer paso es reconocer que en nuestra conducta altamente machista se cultivan la discriminación, denigración y violencia contra las mujeres. Cuando limitamos las posibilidades y aspiraciones de nuestras hijas por ser mujeres, les enseñamos a sus hermanos y a ellas mismas que son menos y merecen menos. Cuando hablamos del cuerpo de una mujer como un objeto, no reconocemos el dolor, la alegría, el sufrimiento, la ilusión que también encierra esa mujer como cualquier humano. Cuando tomamos pequeñas conductas machistas, emitimos un mensaje con grandes repercusiones: que los hombres y las mujeres no valemos lo mismo y que el maltrato hacia las mujeres no solo es comprensible, sino justificado».

Después de su diagnóstico, Martens añade que el Ministerio de Educación está avanzando con firmeza una agenda que impulsa la igualdad de género. No se trata de algo menor, porque es dicha igualdad la que se viene atacando como «ideología de género» y la que, en buena cuenta, le costó el puesto a Saavedra.

Que Martens se mantenga firme es muy importante. La historia nos demuestra que las democracias, especialmente las más frágiles como la nuestra, no solo requieren de leyes e instituciones; ellas requieren de actitudes, de liderazgo, de inspiración. No pretendo decir aquí que Martens encarna la plenitud de todo esto. Tampoco de lo hace Del Solar o que lo hacía Saavedra. Lo cierto es, sin embargo, que con toda la debilidad política que el gobierno de PPK tiene, él ha sabido escoger a un pequeño puñado de ministros notables que están peleando por una agenda de inclusión y respeto de derechos en nuestro país.

Uno puede estar de desacuerdo en relación a las políticas económicas o medidas de otro tipo, pero creo que es difícil desestimar que se está dando una dura batalla en el frente de derechos humanos. La batalla es dura porque el fujimorismo es poderoso en el congreso y con la gente. En el caso concreto al que nos referimos, además, porque el machismo del que todos adolecemos está demasiado inserto en nuestro imaginario colectivo. Erradicarlo tomará tiempo, pero Martens y otros están sumándose de modo decisivo a ese esfuerzo.

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Sobre el caso Fujimori

Amigos, como habrán notado los que siguem mi trabajo en las diferentes redes, he movido buena parte de mis intervenciones públicas a las plataformas de La República y El Comercio y a mi perfil público en Facebook.  Dicho eso, creo que por el bien del blog y de los que prefieren leer algunas de las cosas que escribo en esta plataforma en vez de las otras, empezaré también a colgar algunas cosas escritas por allá acá y viceversa. Abajo va una nota, entonces, que publiqué hace poco sobre las controversias en relación a la excarcelación del ex-presidente Fujimori


El caso es complejo, pero creo que hay algo que toca resaltar. La compasión no tiene, en principio, que colisionar con la justicia.

Fujimori fue debidamente procesado, juzgado y condenado por delitos varios. Varios de ellos aceptados por él y su defensa, otros argumentados con contundencia por la fiscalía y aceptados como tales por la sala pese a la negativa de Fujimori y Nagazaki. Por supuesto, muchas personas niegan la legitimidad de la sentencia aduciendo intereses en conflicto en el caso del juez San Martín, la corrupción generalizada del Poder Judicial, etc., etc. Los argumentos allí están y sus defensores tienen derecho a plantearlos. Mi impresión, sin embargo, es que la mayoría acepta que hubo delitos y que estos fueron debidamente juzgados. Concedamos eso por el momento.

La segunda cuestión es la del perdón, normalmente basado en la idea de que debemos ser compasivos con los que sufren y, sobre todo, con este ex-presidente enfermo que, a pesar de sus delitos, le dio tanto al país. He comentado antes que esta narrativa de Fujimori-salvador-del-Perú no coincide con los hechos, pero por el momento no quiero disputarla.

Asumamos, entonces, que el ex-presidente, en efecto, es la razón por a cual no hay terrorismo y no tenemos la inflación de finales de los 80. Pero asumamos también que Fujimori cometió delitos, como argumento más arriba.

El problema, me parece, está en la confusión de fueros. La enfermedad de Fujimori y su vejez merecen, no me cabe duda, compasión. Como cuestión de principio, toda persona que sufre, merece compasión y la debida atención, más allá de si se trata de un criminal o de la Madre Teresa. PERO la compasión pueder ser mostrada dentro de los canales que ofrece la justicia.

Luego, mi punto es defender la compatibilidad del justo encarcelamiento de Fujimori y de la justa compasión que merece su situación. La falacia radica en creer que la justa compasión que él merece debe ser traducida en excarcelarlo. Fujimori debería recibir la atención de su familia, amigos y quienes quieran ofrecerle su tiempo y cariño. Fujimori merece, y así lo recibe, todo el tratamiento médico necesario. Fujimori merece respeto en su dignidad como persona, etc., etc. Nada de eso es incompatible con el hecho de que esté en prisión. Todo lo contrario.

Un país que respeta al ser humano y ofrece compasión por los más débiles no debe, por ello, aplicar la justicia de modo antojadizo, especialmente si se hace eso por motivaciones políticas. La verdadera compasión, al menos en la arena de la administración de justicia, se muestra siguiendo los principios que la ley defiende. La compasión, como indiqué hace unos días, puede ser una tramposa compañera de camino si no la guían principios más sólidos. De lo contrario, ella se vuelve jueza caprichosa y, lo más grave, jueza injusta.

Quizá este sea buen momento para recordarle a muchos fujimoristas, incluída la lideresa del partido, que en lugar de usar la situación delicada del ex-presidente como mencanismo de manipulación politica, lo que deberían hacer es visitarlo y estar al pendiente de sus necesidades. Muchos criminales sin apellidos poderosos purgan penas en condiciones infitamente más graves que las del ex-presidente. Sus familias, sin partidos políticos, dinero o poder, no pueden sino visitarles y mostrarles su compasión con su cariño y su presencia. Quizá el fujimorismo podría aprender algo de eso.

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Reseña de Dos lenguajes teológicos en Theologica Xaveriana

Amigos, la Revista Theologica Xaveriana de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá ha tenido a bien publicar una reseña de mi libro Dos lenguajes teológicos: Un ensayo sobre el carácter público de nuestras creencias religiosas (Bogotá, 2015). El texto, generoso y a la vez cuidadoso, va por el filósofo Manuel Prada Londoño. Espero que lo disfruten y, de este modo, dar un poco de acceso a mi libro, por ahora no disponible en Perú.

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La raíz de todos los miedos (El Comercio)

Amigos, les dejo mi más reciente artículo en El Comercio, publicado hoy.

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El debate sobre la llamada ideología de género persiste, especialmente después de la marcha de este sábado. Una conversación reciente me sugiere que quizá convenga una entrada distinta. En esta oportunidad, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre nuestras emociones y su rol en nuestros debates políticos. Me interesa, particularmente, discutir el rol del miedo y del amor.

Si uno examina con cuidado y con generosidad la postura de los críticos de la llamada ideología de género, lo que aflora muy pronto es su genuino temor. La raíz de todos sus miedos parece ser la destrucción de una cierta manera de concebir las relaciones humanas, particularmente aquellas entre hombres y mujeres.

Este temor –lo sugieren los estudios de psicología evolutiva, desarrollo infantil, etc.– tiene, en última instancia, fuertes raíces en nuestro devenir como especie y en una cierta tendencia al narcisismo y a no ver al otro como igual. De ahí la famosa frase de Freud, “su majestad, el bebe”. Dicha tendencia puede ser agravada o atenuada dependiendo del tipo de relaciones sociales que tengamos, siendo las del hogar las más fundamentales. Cuando uno tiene una familia amorosa, pero a la vez capaz de poner límites al autocentramiento de los niños, ellos empiezan a entender que sus padres, abuelos, amigos en la escuela, etc., tienen también deseos y necesidades que deben ser respetados. Luego, una buena educación emocional hace de los niños seres más abiertos a los demás, menos egoístas y, si los estímulos en el futuro son propicios, mejores adultos y ciudadanos.

Sin embargo, la tendencia al autocentramiento es muy poderosa. Así, lo que sucede muchas veces es que el narcisismo no desaparece, sino que se transforma y a veces empeora. Para afirmarse a sí mismos esos niños ahora vueltos adultos necesitan ponerse por encima de otros. Generan así subordinación y jerarquías basadas en desprecio por lo diferente. El racismo y la homofobia son clarísimos ejemplos de esta tendencia. Pero también lo es, más generalmente, el desprecio casi visceral por cualquier transformación que altere formas establecidas de privilegio o, en nuestro caso, lo que los críticos llaman ideología de género.

En el fondo, entonces, la raíz de la crítica no es otra cosa que el temor al cambio; el miedo a que “su majestad” la ideología que adjudica al hombre y a la mujer ciertos roles fijos pierda su poder. El miedo es real, no lo desestimemos. Pero “real” no significa “bien orientado”. Lo que corresponde es buscar un camino para que ese temor poco a poco desaparezca por el bien de nuestra sociedad.

La filósofa Martha Nussbaum sugiere que ese camino es el del amor. Esto puede sonar cursi, pero es más bien el resultado de numerosos estudios. Recordemos que es el amor de los padres lo que hace que los niños superen el autocentramiento y empiecen a sentir menos miedo a no ser alimentados o a quedarse solos, pues saben que sus padres “siempre estarán allí”. Más importante aun, el amor de los padres engendra amor en los niños. ¿Cómo aplica esto a nuestro caso?

Aplica porque el amor no es solo una emoción privada, sino también una emoción política. Uno ama a su país, ama los elementos que marcan la identidad del mismo, pero si las cosas se hacen bien, ama también a sus conciudadanos. Ese amor requiere ver al otro como una persona completa. Cuando uno hace eso, en lugar de tratar al otro como un mero objeto para afirmarse a sí mismo (el cholo, el maricón, la puta), uno empieza a verlo como un igual cuyos sueños y expectativas, aunque distintos en contenido, son tan humanos como los propios. Pero lograr una ciudadanía tal es una tarea inmensa y requiere de esfuerzo permanente.

Requiere, además, escuchar a la parte contraria porque su miedo es genuino y es el deber de todos tratar de entenderlo. Entenderlo quizá nos ayude a atenuarlo, proponiendo una visión alternativa donde el cambio no suponga miedo, sino oportunidad. Así, con persistencia y coraje, quizá logremos una sociedad en la que los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales sean siempre respetados. Esos derechos no son ideologías. En el fondo suponen una cuestión de justicia y la justicia no es otra cosa que una forma de amor.

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Huir de dos errores (El Comercio)

Les dejo aquí una columna publicada ayer en el diario El Comercio sobre la enseñanza del curso de religión en las escuelas públicas.

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La enseñanza del curso de religión en las escuelas públicas ha generado cierto debate en nuestro país en los últimos días. Quisiera sugerir aquí una forma de enfocar el problema para entenderlo mejor, huyendo de dos errores que emergen como una amenaza permanente y que no nos permiten avanzar en la discusión.

En un extremo se encuentra la posición tradicionalista que no solo defiende la enseñanza de la religión en las escuelas, sino que exige que esta sea la religión católica. Sus argumentos varían, pero suelen circular alrededor de la importancia numérica e histórica del catolicismo en nuestras tierras. La fragilidad de esta posición es tanto práctica como moral. Práctica, porque el monopolio religioso del catolicismo se ha visto quebrado por la presencia del cristianismo evangélico. Moral, porque independientemente de los números, no dar espacio a la diferencia reproduce formas de dominación que, al menos idealmente, se contraponen a los valores católicos.

El extremo opuesto proviene de los defensores de una idea abstracta de estado laico. De acuerdo a esta posición, la enseñanza de cualquier religión en las escuelas es incompatible con la laicidad estatal que defendería la Constitución (aunque allí se habla más exactamente de “independencia” y “autonomía”). Esta posición tiene ribetes de la laicité francesa y la denomino abstracta porque se aferra a una noción de laicidad que rara vez tiene en cuenta sus implicaciones prácticas para la abrumadora mayoría de creyentes.

Estas dos posiciones son insostenibles en el Perú y es menester que las partes logren acuerdos que reflejen la realidad social, religiosa y política de nuestro país. Existen algunas posibilidades que cabe ensayar como rutas de salida. Una primera cuestión es que desterrar la educación religiosa de las aulas no tiene sentido ni social ni intelectualmente. La inmensa mayoría de peruanos se declara creyente y la presencia de un espacio de reflexión sobre esas creencias es algo que la escuela pública puede (y quizá debe) proveer. Más aun, desde una perspectiva humanista e intelectualmente responsable, el estudio de la religión constituye un deber para entender mejor la historia de nuestro país, sus problemas y posibilidades. Ninguna sociedad se entiende sin sus vínculos con su religión o sus religiones y pretender anular la reflexión sobre la religión puede llevarnos a hablar en el vacío.

Luego, la pregunta no es tanto si se debe enseñar religión o no, sino cómo hacerlo. Para mí no hay duda de que toca hacerlo de modo crítico e interdisciplinario. Un estudio crítico de la religión supera la figura del adoctrinamiento y más bien se centra en el examen de su complejidad y ambigüedad. Para poner un ejemplo, durante el tiempo de la colonización de estas tierras la religión cristiana tuvo un rol ambiguo. Por un lado, se utilizó como mecanismo de opresión y como brazo derecho del proyecto colonial. Por el otro, muchos, apelando a esa misma religión, buscaron en ella los argumentos filosóficos, teológicos y morales para transformar el proyecto evangelizador o suspenderlo del todo. Nombres como Las Casas, Guaman Poma o Vitoria se destacan. Un estudio crítico, entonces, permite ver problemas y posibilidades y ayuda a formar una mejor concepción de la naturaleza de las religiones.

Pero este estudio tiene que ser también interdisciplinario. Un curso de religión no puede enseñarse como una catequesis (sobre esto, pueden verse las propuestas para el caso peruano planteadas por la investigación de la Dra. Ulrike Sallandt). Es necesario, en cambio, enseñar religión en diálogo con la sociología y la antropología, con la historia y con la filosofía, si es que no también con las ciencias naturales. Solo así se puede ver a la religión en su complejidad humana, en sus tensiones con la política, con los movimientos sociales, y con otras religiones y formas de sabiduría milenaria. Sin duda esto requiere capacitación de docentes y un esfuerzo de largo aliento, pero todo proceso de enseñanza que realmente fomenta el desarrollo del ser humano así lo demanda. Más aun, esto requiere también apertura para aprender de las experiencias de nuestros alumnos, fomentando así un clima de diálogo en el aula. La tarea es grande, pero nuestro país no merece nada menos que la grandeza de nuestro esfuerzo.

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La tragedia y la promesa de «America first» (La República)

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Imagen tomada de The Washington Post

Amigos, se publicó hoy en La República este texto con mis ideas sobre la coyuntura política de hoy en los EEUU. Ojalá les interese.

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Donald J. Trump acaba de juramentar como cuadragésimo quinto presidente de los EEUU. Su discurso inaugural ha sido a la vez predecible y sobrecogedor. Predecible porque Trump nos ha acostumbrado ya a no seguir libretos preestablecidos, pero sobrecogedor por el nivel de confrontación que ha traído a una alocución pública que, al menos por corrección política, siempre invita a la concertación frente a una nación dividida. Trump prefirió seguir fiel a su estilo, anticipándonos así a lo que parecen ser cuatro años absolutamente inusuales para los EEUU y el mundo.
 

El discurso inaugural estuvo lleno de elementos genuinamente preocupantes, pero todos ellos se resumen en su enérgico llamado a darle prioridad a los EEUU: «America first!». Por supuesto, todo gobernante legítimamente elegido tiene derecho a llevar a cabo la agenda que planteó a su electorado y la obligación de dar prioridad a los intereses nacionales sobre los foráneos. No obstante, la arenga America first de Trump tiene otros tintes y ellos son los que realmente alarman.
El de Trump es un nacionalismo confrontacional basado en una mentalidad de «nosotros vs. los otros». La relación de Trump con el Islam lo hace patente, algo que podemos ver al contrastarla con la de George W. Bush. En un momento mucho más crítico, después de los ataques de 11 de septiembre, Bush invitó a diferenciar entre el terrorismo y el Islam, entre unos cuantos radicales y una religión de paz. Trump no ha hecho nada parecido. Por el contrario, contra toda prudencia, Trump ha asociado directamente el Islam con radicalismo azuzando temores que alimentan la xenofobia. Pero la lista de problemas sigue casi sin lugar a término.
Trump se ha esforzado en recrear ficciones sin sustento en la evidencia, pero enormemente peligrosas: los inmigrantes nos quitan los trabajos (y los mexicanos entre ellos son violadores), las zonas urbanas empobrecidas han llegado a niveles de crimen exorbitantes (algo falso, pero que genera estereotipos sobre las poblaciones negra y latina), el calentamiento global es una mentira creada por China, etc. Habría que añadir su implacable capacidad para ofender a las mujeres y, en general, a todo aquel que no le rinda pleitesía. Hay que decirlo con claridad: America first es una America blanca y masculina y, en el fondo, no es más que una estrategia para esconder la verdadera prioridad del nuevo presidente: Donald first!
Felizmente, escenarios de terror tienen la potencia para despertar también lo mejor de los seres humanos. Tan sólo al día siguiente de la inauguración, se calcula que más de tres millones de personas salieron a las calles en los EEUU (y muchas más en otras partes del mundo) en un gesto de protesta contra esta nueva presidencia de tenor orwelliano.
La gente se está organizando y se prepara para resistir por todos los medios posibles lo que parece ser una arremetida de impredecibles dimensiones en contra de muchos de los avances de los últimos años. No es cosa menor, cabe notar, que esta primera y masiva movilización fue convocada por mujeres, quienes mayoritariamente abarrotaron las calles. Mujeres valientes y corajudas que se oponen a una retórica de mentiras, confrontación y desprecio por ellas y por los demás.
Pero junto al liderazgo de las mujeres, se destacan otros. La población negra, latina, musulmana y muchas otras, han tomado renovada conciencia de la importancia de una resistencia activa y solidaria. Y esto último es lo fundamental. En un contexto de precariedad, los grupos en la periferia se están uniendo solidariamente para crear un nuevo centro. Este nuevo centro, con el apoyo de aquellos que entran en solidaridad renunciando a sus privilegios, es una gran fuente de esperanza.
La esperanza de que la división creada por America first sea reemplazada por un espíritu de solidaridad mutua entre aquellos en los márgenes de la sociedad en alianza con aquellos que están dispuestos a dejar de lado sus privilegios. Así, con entereza y perseverancia, quizá sea posible movernos de esta America first, blanca y masculina, a simplemente America: un país inclusivo donde aquellos en los márgenes se ponen en el centro. Más aún, una America que no es solo los EEUU, sino que mira también en solidaridad al resto de las Américas y al resto del mundo, retomando aquello que recordara el hagiógrafo: que para ser primero hay que volverse último (Mt. 20,16) y servidor de los otros (Mt. 23, 11).
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